- Bobby Fischer fue el primer estadounidense en ser campeón mundial de ajedrez.
- Su vida estuvo marcada por una genialidad precoz, obsesiones y aislamiento social.
- El duelo contra Spassky en 1972 se convirtió en un símbolo de la Guerra Fría.
- Su trágico final refleja el fuerte contraste entre su legado brillante y su declive mental.
Bobby Fischer fue mucho más que un ajedrecista excepcional; fue una figura profundamente compleja que revolucionó el ajedrez a nivel mundial y que vivió atrapado entre la genialidad deslumbrante y los demonios que lo acechaban desde su juventud. Su historia, envuelta en brillantes victorias, polémicas, aislamiento y hasta conspiraciones, fascina tanto a aficionados del tablero como a curiosos de la historia contemporánea.
Nacido en Chicago en 1943, Bobby Fischer se convirtió en el undécimo Campeón Mundial de Ajedrez y fue el primer estadounidense nativo en conseguirlo. Su ascenso desde la niñez hasta la cima del ajedrez se vio acompañado de un carácter obsesivo, una inteligencia prodigiosa y una creciente paranoia que terminaría marcando su exilio y deterioro personal. Vamos a sumergirnos en la apasionante e intensa vida de un hombre que cambió el tablero para siempre.
Infancia y orígenes de un genio inusual
Robert James Fischer nació el 9 de marzo de 1943 en el hospital Michael Reese de Chicago. Su madre, Regina Wender, era una mujer culta, poliglota, activista y médica formada en la Unión Soviética. Aunque oficialmente se le asignó a Hans-Gerhardt Fischer como padre, posteriormente surgieron pruebas que apuntaban al físico húngaro Paul Nemenyi como su verdadero progenitor, según informes del FBI y varios estudios posteriores.
Regina crió a Bobby como madre soltera en un ambiente modesto y con recursos limitados. En 1949 se trasladó junto con sus hijos a Manhattan, y al poco tiempo se mudaron a Brooklyn. Fue allí donde el ajedrez se infiltró en la vida de Bobby gracias a un pequeño tablero que su hermana Joan le compró por casualidad. Lo que para ella era un simple entretenimiento, para él se convirtió en una pasión arrolladora.
Desde que aprendió las reglas básicas jugando solo, Fischer mostró una obsesión casi patológica con el ajedrez. Jugaba sin parar, incluso contra sí mismo, y pasaba horas estudiando movimientos en libros. La obsesión fue tal que su madre consultó a un psiquiatra, quien simplemente sugirió que “peor podría ser otra adicción”.
En 1950, con solo siete años, Regina intentó conseguirle compañeros de juego publicando un anuncio en un periódico local. Aunque fue rechazado, derivó en su participación en una exhibición de partidas simultáneas con el Maestro Max Pavey, evento donde el presidente del Club de Ajedrez de Brooklyn, Carmine Nigro, quedó asombrado y decidió tutelarlo.
Primeros pasos hacia la leyenda
Fischer fue aceptado en el Manhattan Chess Club con apenas 12 años. En sus primeros encuentros, los adultos se burlaban de él, pero no tardó en darles una lección con partidas estratégicas que dejaban atónitos a jugadores experimentados. A los 13 años, protagonizó la que se consideró “la partida del siglo” contra el Maestro Internacional Donald Byrne, en la que sacrificó su dama de manera brillante para dar jaque mate tras una secuencia perfecta. Esta victoria fue publicada en revistas de ajedrez de todo el mundo.
En 1957 ganó el Campeonato Juvenil de Estados Unidos, y más tarde terminó primero en el US Chess Championship, convirtiéndose en el campeón estadounidense más joven de la historia, con solo 14 años. Ese mismo año también consiguió el título de Gran Maestro, el más joven hasta entonces.
Su coeficiente intelectual, evaluado por su colegio Erasmus Hall, era de 187, superior al atribuido a Einstein. Sin embargo, sus notas eran mediocres y su comportamiento social dejaba mucho que desear. En el colegio jugaba partidas mentales en su cabeza en lugar de prestar atención a clase. A los 16 años, dejó el sistema educativo para dedicarse completamente al ajedrez.
Fischer contra el mundo (y los soviéticos)
A finales de los años 50 y durante toda la década de los 60, Fischer fue ganando notoriedad internacional. Participó en varias Olimpiadas de ajedrez y compitió con grandes nombres del tablero. Sin embargo, también comenzó a enfrentarse abiertamente a la hegemonía soviética que controlaba el mundo del ajedrez desde hacía décadas.
Acusó públicamente a los ajedrecistas soviéticos de acordar empates entre ellos para perjudicar a jugadores como él y favorecer a compatriotas. Estas denuncias, aunque inicialmente polémicas, desencadenaron cambios en el formato competitivo de la FIDE.
En 1970, inició un recorrido casi perfecto hacia el título mundial. Ganó el Interzonal de Palma de Mallorca con siete victorias consecutivas. En el Torneo de Candidatos de 1971, derrotó por 6-0 tanto a Taimanov como a Bent Larsen y venció a Petrosian por 6,5-2,5. Nadie había conseguido algo similar en la historia del ajedrez moderno.
El campeonato mundial de 1972: ajedrez como campo de batalla
El clímax de su carrera llegó con el legendario enfrentamiento contra Boris Spassky en 1972. Más allá del tablero, fue una battle ideológica entre el bloque soviético y el estadounidense en plena Guerra Fría. El lugar elegido: Reikiavik, Islandia.
Desde el principio, Fischer impuso sus condiciones. Exigió modificaciones en la sala, en la iluminación, retiró cámaras, amenazó con no presentarse, y hasta no acudió a la segunda partida, lo que le dio a Spassky dos puntos de ventaja.
Sin embargo, en la tercera partida comenzó la remontada. Fischer ganó con un estilo que cambió el paradigma del ajedrez. La sexta partida fue tan brillante que el propio Spassky se levantó a aplaudirlo, un gesto insólito en competiciones de este calibre. El match concluyó con un 12,5 a 8,5 a favor de Fischer, quien se convirtió en el primer Campeón Mundial estadounidense.
Este encuentro fue seguido por millones de personas. El ajedrez, entonces una disciplina de nicho, adquirió una dimensión mediática histórica. Henry Kissinger llegó a llamarle para que representara “a Estados Unidos contra los soviéticos”.
El inesperado retiro y el comienzo del aislamiento
Tras alcanzar la cima, Bobby comenzó a alejarse del ajedrez competitivo. En 1975 se negó a defender su título contra Anatoli Kárpov a menos que se aceptaran unas condiciones particulares, entre ellas que el retador debía ganar por una diferencia mínima de dos partidas. La FIDE se negó y le despojó del título.
Desde entonces, se retiró por completo del ámbito público, rechazando entrevistas, premios, dinero y torneos. Se rumoreaba que vivía recluido, perseguido por sus pensamientos, con comportamientos erráticos y paranoia exacerbada.
En 1981 fue detenido por error en California al ser confundido con un ladrón. Caminaba solo, con aspecto descuidado. Pasó meses sin dar señales. Muchos comenzaron a hablar de su deterioro mental. Era un genio atrapado en sus obsesiones.
Cuando regresó a los tableros en 1992, lo hizo en Yugoslavia, en una revancha contra Spassky, que generó indignación en su país. EE.UU. le prohibió participar por el conflicto bélico en curso, pero Fischer no solo ignoró la advertencia, sino que escupió sobre el documento de sanción frente a la prensa. Fue perseguido judicialmente desde entonces.
Antisemitismo, conspiraciones y el deterioro final
Años más tarde, Fischer se radicalizó en sus opiniones. A pesar de sus raíces judías, propagaba discursos abiertamente antisemitas, leía panfletos de teorías conspirativas, e incluso negó el Holocausto. Tras el atentado del 11 de septiembre de 2001, dio una entrevista celebrando el ataque a EE.UU. y deseando su destrucción.
Vivió de forma clandestina, viajando por países como Argentina, Filipinas y Japón. En 2004 fue detenido en el aeropuerto de Narita, acusado de viajar con un pasaporte revocado. Pasó ocho meses encarcelado, mientras EE.UU. buscaba su extradición.
Finalmente, Islandia –el mismo país que fue testigo de su mayor gloria– le ofreció asilo político. Se le concedió la ciudadanía como gesto de gratitud. Allí pasó sus últimos años recluido, paranoico, paranoide y evitando tratamiento médico.
Murió el 17 de enero de 2008 a los 64 años. Una cifra simbólica, idéntica al número de casillas en un tablero que marcó su vida y también su caída.
Aunque su final fue sombrío, el legado de Fischer en el ajedrez es imborrable. Su estilo de juego, agresivo pero meticuloso, sentó las bases modernas del ajedrez estratégico. Fue pionero en introducir el reloj con incremento de tiempo, y propuso el Ajedrez 960 o “Ajedrez aleatorio de Fischer”, que rompía con la rigidez de las aperturas tradicionales.
Su libro “Mis 60 mejores partidas” sigue siendo un referente obligatorio en la formación de todo jugador serio. Y su victoria de 1972 es considerada uno de los momentos más importantes no solo del ajedrez, sino de la historia cultural del siglo XX.
La vida de Bobby Fischer demuestra que detrás de algunos genios puede esconderse un abismo insondable. Fue un prodigio, un revolucionario del tablero, pero también un hombre devorado por sus demonios. Su historia no solo cautiva por sus logros, sino por el contraste desgarrador entre la cima del talento humano y la fragilidad de la mente.